MISTERIO DE BONDAD
José
Antonio Pagola
A lo largo de los siglos, los teólogos se
han esforzado por investigar el misterio de Dios ahondando conceptualmente en
su naturaleza y exponiendo sus conclusiones con diferentes lenguajes. Pero, con
frecuencia, nuestras palabras esconden su misterio más que revelarlo. Jesús no
habla mucho de Dios. Nos ofrece sencillamente su experiencia.
A Dios Jesús lo llama “Padre” y lo experimenta como un misterio de bondad. Lo vive
como una Presencia buena que bendice la vida y atrae a sus hijos e hijas a
luchar contra lo que hace daño al ser humano. Para él, ese misterio último de
la realidad que los creyentes llamamos “Dios” es una Presencia cercana y
amistosa que está abriéndose camino en el mundo para construir, con nosotros y
junto a nosotros, una vida más humana.
Jesús no separa nunca a ese Padre de su
proyecto de transformar el mundo. No puede pensar en él como alguien encerrado
en su misterio insondable, de espaldas al sufrimiento de sus hijos e hijas. Por
eso, pide a sus seguidores abrirse al misterio de ese Dios, creer en la Buena
Noticia de su proyecto, unirnos a él para trabajar por un mundo más justo y
dichoso para todos, y buscar siempre que su justicia, su verdad y su paz reinen
cada vez más en entre nosotros.
Por otra parte, Jesús se experimenta a sí
mismo como “Hijo” de ese
Dios, nacido para impulsar en la tierra el proyecto humanizador del Padre y
para llevarlo a su plenitud definitiva por encima incluso de la muerte. Por
eso, busca en todo momento lo que quiere el Padre. Su fidelidad a él lo conduce
a buscar siempre el bien de sus hijos e hijas. Su pasión por Dios se traduce en
compasión por todos los que sufren.
Por eso, la existencia entera de Jesús, el
Hijo de Dios, consiste en curar la vida y aliviar el sufrimiento, defender a
las víctimas y reclamar para ellas justicia, sembrar gestos de bondad, y
ofrecer a todos la misericordia y el perdón gratuito de Dios: la salvación que
viene del Padre.
Por último, Jesús actúa siempre impulsado
por el “Espíritu” de Dios. Es
el amor del Padre el que lo envía a anunciar a los pobres la Buena Noticia de
su proyecto salvador. Es el aliento de Dios el que lo mueve a curar la vida. Es
su fuerza salvadora la que se manifiesta en toda su trayectoria profética.
Este Espíritu no se apagará en el mundo
cuando Jesús se ausente. Él mismo lo promete así a sus discípulos. La fuerza
del Espíritu los hará testigos de Jesús, Hijo de Dios, y colaboradores del
proyecto salvador del Padre. Así vivimos los cristianos prácticamente el
misterio de la Trinidad.
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