miércoles, 10 de marzo de 2010

Comentario de Pagola al Evangelio del Hijo Pródigo



El perdon de Dios


Comentario al evangelio · Domingo 4ª semana de cuaresma · 14 de marzo · Por José Antonio Pagola (años anteriores).


Se ha afirmado repetidamente que el hombre moderno está perdiendo la conciencia de pecado. Lo que no se dice es que, al mismo tiempo, está perdiendo también la experiencia de sentirse perdonado por Dios, y quien desconoce el perdón de Dios se ve privado de una fuerza incomparable para reconciliarse con su pasado e iniciar una etapa nueva en su vida.


Son varios los obstáculos que pueden impedir a la persona abrirse al perdón de Dios. Hay quienes no sienten necesidad de perdón alguno pues viven de manera irresponsable o con corazón endurecido. En todo caso, si han cometido algún error o han actuado mal, no necesitan de Dios para resolver sus problemas.


Hay otros que se sienten indignos de ser perdonados: «Es muy grave lo que he hecho; nadie podrá perdonarme» Piensan que su pecado es más poderoso que el amor infinito de Dios. Oprimidos por el peso de la culpa, se cierran a toda esperanza. Hay también quienes no se perdonan a sí mismos. Viven obsesionados por oscuros recuerdos y remordimientos inútiles. Nunca podrán sentirse purificados.


Recibir el perdón de Dios es un acto de fe que se ha de cuidar bien. No consiste en una reflexión intelectual. No se trata tampoco de «sentir» el perdón durante unos momentos para sumergirse de nuevo rápidamente en la vida. Acoger el perdón de Dios requiere tiempo y recogimiento para gustar su misericordia, interiorizar en nosotros su bondad y experimentar agradecidos su acción renovadora.


El perdón de Dios no consiste simplemente en que Dios «olvida» nuestro pecado o «no lo tiene en cuenta». Dios no es como nosotros. Para Dios perdonar es «quitar el pecado», hacerlo desaparecer, devolver la inocencia. El perdón de Dios es perdón total y absoluto, gracia que regenera, nuevo comienzo de todo, seguridad y paz íntima.


Es conmovedor escuchar la experiencia del gran escritor francés F. Mauriac cuando descubrió por fin al Dios del perdón: «Frente al baremo de pecados, frente a las tarifas fijadas con minuciosidad farisaica, resonaban en mí las cinco palabras que, en el Evangelio, bastan para borrar todas las miserias y todas las vergüenzas de una pobre vida: hijo, tus pecados quedan perdonados.»


La inolvidable parábola del «Padre bondadoso» (Lc 15, 11-32) nos describe de modo admirable y conmovedor el perdón de Dios.


No lo olvidemos. Frente a las condenas de los demás, frente al remordimiento y los reproches de nosotros mismos, en Dios siempre encontramos la misma actitud de comprensión y de perdón sin límites.

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